En los centros escolares de nuestro país prima aquella evaluación que va dirigida exclusivamente hacia los alumnos. Son ellos los que van a la escuela, para aprender y después ser evaluados y saber de esa forma si han adquirido o no los conocimientos del tema en cuestión. Detrás de está idea se esconde una concepción muy clara de escuela como lugar de aprendizaje para los alumnos pero no para los profesores. Parece como si por ser profesores ya lo supiéramos todo y no fuera necesaria evaluarnos. La profesión de maestro es un continuo, no hay una fórmula de éxito que se pueda aplicar en cualquier centro, con cualquier clase y que funcione, todo lo contrario, no tenemos la certeza de que lo que funciona con un grupo de alumnos vaya a funcionar con otro. Así, el maestro no es nunca un profesional que pueda dar por terminada su formación, todo lo contrario, está inmerso en un sector en el que los cambios sociales son importantes y afectan de lleno a la escuela. Si la sociedad cambia y con ella cambian las demandas que se hacen a la escuela es necesario que se produzcan cambios y esos cambios deben ser evaluados, bien sea por nosotros mismos (autoevaluación) o por otros especialistas (evaluación externa).
Como comentamos en el tema del cambio, cuando estos surgen desde dentro de la organización va a ser mucho más sencillo cosechar buenos resultados, tarea que se volverá mucho más ardua si la procedencia de los cambios es externa. Así pues y como plantea el texto hay cierta reticencia a aceptar la evaluación externa. Estoy de acuerdo que quien hace la evaluación externa puede disponer de más tiempo y recursos para realizar la tarea, pero sobre todo va a ser más objetivo en la realización de la evaluación pues tiene una distancia emocional con el proyecto a evaluar. Es probable que una persona que haya puesto todas su ganas en el proyecto no sea tan objetivo y se deje llevar por lo que ha vivido, por la rabia de ver como las cosas no han salido como se había previsto y en aras de continuar con el proyecto no sea todo lo sincero que debería. Pero a pesar de este problema, creo que una evaluación externa puede olvidarse de elementos tan importantes como el clima de centro, no conociendo o no dando toda la importancia que se merecen los esfuerzos realizados para sacar el proyecto adelante, los obstáculos que se han tenido que librar… es decir, que la evaluación se centre mucho en los resultados y deje de lado otros componentes más informales.
¿Se realizan las autoevaluaciones? ¿Sirven para algo? Considero casi de sentido común que cada profesor cuando acaba una actividad, una clase, un tema… se para a pensar en cómo ha salido la actividad, qué ha ido bien, qué no ha funcionado, qué podría mejorar… Creo que esto lo hace la gran mayoría, habrá quienes lo recojan por escrito y quienes sólo lo piensen pero todos lo hacen. Lo importante sería saber si tienen en cuenta esa autoevaluación para las siguientes ocasiones, si la toman en cuenta para sus programaciones. Pero el verdadero aspecto de la autoevaluación que me preocupa no está tan ligado con lo estrictamente académico sino con cuestiones como: ¿qué tipo de alumnos quiero conseguir? ¿Por qué utilizo el libro de texto? ¿Estoy consiguiendo lo que me había propuesto? Creo que en muchos casos los docentes no se preocupan por estos aspectos sino que se centran en los contenidos de las áreas, en trabajar con el libro de texto… Antes de que un profesor decida como organizar un curso, antes deberá decidir qué tipo de alumnos quiere conseguir, para qué les quiere preparar… y lo más importante debe ir pensando a medida que transcurre el curso si lo que está haciendo coincide con lo que quería hacer.
Evaluación, ¿cuándo? Está muy extendido que a evaluación debe producirse al final y estoy parcialmente de acuerdo con esta idea. Creo que a esta evaluación final la tiene que acompañar una revisión constante, una autoevaluación, de lo que se va haciendo cada poco tiempo, pues es una forma de mantener el control y poder reorientarnos en el caso de haber perdido el rumbo. La evaluación final tendrá mucha importancia porque nos ofrecer una visión global del curso, proyecto… realizado, pero nunca hay que dejar de lado la evaluación continua.
¿Por qué existe tanto temor o rechazo hacia las evaluaciones? Como muy se apunta en el texto, son vistas como algo negativo, los profesores temen ser juzgados y que las valoraciones no sean positivas. Creo que este temor encierra inseguridades sobre su propio trabajo, cierto miedo a comprobar que las cosas no eran como ellos pensaban y que quizás, lo que a ese profesor le parecía un proyecto bien hecho no lo era. Cuando se piensa en evaluación siempre se asocia con resultados negativos, en pocas ocasiones se espera que de ella surja algo positivo. No se ve la evaluación como una posibilidad de mejorar como profesionales.
En el texto se menciona que los evaluadotes externos deben ser especialistas en educación, no psicólogos ni sociólogos. Es fundamental que el evaluador sea una persona cualificada, que conozca el centro en el que se lleva a cabo el proyecto con todas sus particularidades, que tenga las herramientas necesarias para hacer una correcta evaluación. Ya hemos dicho que en el centro escolar conviven multitud de personas y se forman grupos con diferentes ideas, valores, creencias… se menciona en el texto que cabe la posibilidad de que estos grupos quieren poner de su lado al evaluador para así salir ellos favorecidos. El evaluador debe ser objetivo, y no posicionarse cuando haya grupos enfrentados. Este es uno de los obstáculos a los que se enfrenta el evaluador. Existen más obstáculos, uno de ellos me ha llamado especialmente la atención: los centros pueden llegar a ofrecer una imagen distorsionada de la realidad para obtener una evaluación positiva. Creo que se trata de una práctica completamente errónea pues se está falseando la realidad, la evaluación se hace sobre algo que no existe como tal y, por tanto, es una evaluación falsa, no válida. Es mejor evaluar la realidad, analizar los resultados y a partir de ella ver que si se puede mejorar, sino, la evaluación es un absurdo.
Sobre todo en el tema uno, hablamos de la cantidad de cosas que tiene que hacer un profesor, todas ellas muy variadas, y del poco tiempo que dispone para ellas. La evaluación requiere tiempo y esfuerzo y tal como y como están organizados en este momento los horarios de los profesores resulta muy difícil dar a la evaluación la importancia que se merece.
Muchos profesores no quieren ni oír hablar de cambios y menos de innovaciones. Estos profesionales, que se acomodan en su puesto y se niegan a cambiar, a los que podríamos calificar como poco comprometidos con la profesión, pues no es eso lo que nosotros entendemos por ser maestro, suponen una dificultad añadida pues no van a colaborar y van a constituir un obstáculo para llevar a cabo esta evaluación institucional.
En muchas ocasiones son la propia organización del Sistema Educativo o del centro escolar las que dificultan los cambios. En este caso, al analizar las barreras para llevar a cabo la evolución institucional me he dado cuenta de que muchas de ellas proceden de los propios profesores (poca motivación, resistencia a ser observados, visión de la educación como actividad individual, poca confianza en la autoevaluación…). Considero vital que se trabaje por cambiar la mentalidad de los docentes en cuanto a la evaluación pues en ello radica el éxito o el fracaso de las mismas y la posibilidad de mejorar como profesional.