Los cambios que se promuevan en un centro y las decisiones que se tomen siempre deben tener como objetivo lograr y favorecer los derechos del alumnado pero ocurre que tal y como se trata y se entiende a los alumnos, éstos no pueden llevar a la práctica sus derechos. Se trata a los alumnos como “discapacitados sociales” por la sobredependencia de los adultos, por las relaciones jerárquicas… el resultado de todo esto va a ser la consecución de alumnos no identificados con la institución ni con sus propias tareas. Este hecho, nos lleva a plantearnos la perspectiva de que es necesario replantearnos la forma en que entendemos al alumnado y la forma en la que nos relacionamos con ellos. Esta nueva interacción con los alumnos permitiría lograr una mejora en la enseñanza, en la convivencia y lograría cambiar el sentido que los alumnos dan a su estancia en la escuela.
Los centros escolares se organizan de una forma en la que se presupone la incompetencia social del alumnado: se les imponen normas, castigos… sólo se tiene en cuenta su rendimiento académico y se les acusa de fracaso escolar. Se establece este trato como rutinario, normal, cotidiano, y se percibe al alumnado como un colectivo homogéneo, que supone implicaciones en la organización del centro.
¿Qué entiende el alumno de esta situación? Que su opinión no cuenta, ¿para qué intervenir si no se les tiene en cuenta? Terminan por llegar a la conclusión de que si no intervienen, si no opinan no les ocurrirá nada, logrando así un pacto de silencio en el que el alumno es mensajero pero queda excluido del diálogo.
En los últimos años se ha dado mucha publicidad al tema del fracaso escolar. Hasta ahora siempre se le ha achacado la culpa a los alumnos, a su falta de esfuerzo y, ¿cuál es la causa de esto último? la falta de sentido de la escolaridad, el sentido que le dan los alumnos a la escuela (relación con los amigos, con la familia…). El esfuerzo proviene tanto de la necesidad como del sentido y si una de ambas falla, el rendimiento académico se verá afectado. Los alumnos pasan un gran parte de su vida en instituciones de las que no se sienten pertenecientes, que les son ajenas y de las que una vez que salgan va a acabar su relación con ellas.
En ocasiones, los alumnos pueden sentirse ajenos a la institución cuando los profesores ignoran sus logros. Cuando esto ocurre el alumno recibe un doble mensaje: “tu trabajo no es importante y tú tampoco lo eres”. Los alumnos se sienten defraudados cuando los profesores exigen trabajos cuyo esfuerzo de elaboración no se corresponde con el reconocimiento que los profesores le dan.
Podemos ver como los alumnos se mueven dentro de una relación de subordinación permanente en la que se subestiman sus capacidades, tanto intelectuales como sociales. De esta forma, parece como si los estudiantes fueran invisibles a los ojos del profesor.
En la ley ser reconoce a los alumnos como ciudadanos pero no es así en la práctica real. Son ciudadanos en formación pero carecen de derechos. Viven en una sociedad en la que son tratados como ciudadanos para aquellos asuntos que a la sociedad le interesa pero son ignorados cuando bajo los mismos criterios su opinión no interesa.
Hoy en día se promueven decisiones pedagógicas que evitan que el alumnado hable y se debe hacer todo lo contrario, hay que escuchar los alumnos pues eso va a ayudar a mejorar la enseñanza. Los centros deben incorporar activamente a los alumnos de forma que intervengan tanto en su organización como en su funcionamiento.
La educación va dirigida hacia los alumnos, en consecuencia los centros y las decisiones que se tomen en él deberían seguir el mismo criterio pero vemos que esto no es así. En un centro escolar los alumnos tienen n muy poco que decir. Su papel se limita al aula, a seguir las instrucciones de los profesores y a estudiar. El resto no cuenta para él, ¿qué los alumnos tomen decisiones? Casi es visto como una revolución. No se les pregunta que le parece algo o que quieren, directamente se les presenta lo que tiene que hacer. Son my pocas las decisiones que un alumno puede tomar y son decisiones totalmente insignificantes. ¿Si queremos lograr ciudadanos, tengamos en cuenta que pese a lo que dice la ley los alumnos no son consideramos ciudadanos en las escuelas, cómo lo vamos a lograr si no les dejamos ejercer un derecho fundamental como es el de la tomar decisiones? No se puede pretender instruir teóricamente al alumnado, negándole la participación y luego pretender que actúen como ciudadanos (que sean críticos, autónomos, que dialoguen…). Si estas competencias no se trabajan diariamente no se van a conseguir.
¿Favorece la organización de los centros la intervención de los alumnos? ¿Facilitan los profesores el diálogo con los alumnos? La respuesta a ambas preguntas es no, y con ella queda perfilada bastante bien la escuela actual. ¿Cómo lograr que los alumnos tengan voz en la escuela, que se les tenga en cuenta? Creo que se podía empezar por pequeñas iniciativas de aula, cada uno, como tutor, podría ir favoreciendo la participación de los alumnos y una vez que han afianzado su confianza y se dan cuenta de que se les valora pasar ya a actuaciones que impliquen al centro en su conjunto. Es decir, ir de menos a más, algo gradual.
También me ha llamado mucho la atención el tema del fracaso escolar. Estamos hartos de escuchar las mismas cosas, a los políticos se les llena la boca arrojando sobre la cara del partido en el gobierno los malos resultados académicos de nuestros alumnos. Y lo considero un doble error: primero porque no es el fracaso de un gobierno sino de una sociedad y la sociedad somos todos, queramos o no, votemos o no lo hagamos; y segundo porque no se profundiza realmente en el porqué del fracaso y, por lo tanto, no se logran soluciones ante él. Cuando un profesor no obtiene buenos resultados con una clase no sólo debe posar su mirada en los alumnos, que pueden ser parte de la causa de esos malos resultadr, pero no puede olvidarse jamás de revisar su propia práctica. Puede que la forma de trabajo empleada le haya resultado muy provechosa con un grupo de alumnos pero es posible que no lo sea con otro grupo de alumnos. No hay cosas buenas y malas de por sí, sino que dependen del momento, del contexto de los alumnos…
En ocasiones parece como si los profesores hubieran dado con la fórmula clave del éxito, y lo digo así porque algunos no cambian su manera de dar clase, de adaptarse a los alumnos y al momento. Hasta ahora nadie ha dado con la fórmula perfecta, aunque pensándolo bien, ¿acaso la hay? Por ello, entiendo que la labor de todo maestro es probar cosas, ver si funcionan, ver si se podrían hacer de una forma distinta, sea nueva o no… Un maestro nunca puede ser estático, porque si lo es resulta que se va a quedar desfasado, más teniendo en cuenta la sociedad actual en la que todo cambia tan rápido y de forma tan acelerada.
Otro de los problemas de los que se habla en el texto y con el que estoy completamente de acuerdo es con la falta de identificación que tiene los alumnos con el centro y que en mi opinión deriva de esos tapones que parece ponerse la escuela para no escuchar lo que tenga que decir el alumnado. Si yo no me siento participe de una institución, ¿qué clase de compromiso voy a tener con ella? Ninguno o en el mejor de los casos, mínimo. Se tendrá que trabajar que los alumnos tengan un sentimiento de pertenencia hacia la institución en la que están y una de las formas de conseguirlo es dándoles voz.